LA MORAL DEL PROGRESO, RAZA Y CLASE
- Katherin Galeano
- 12 nov 2018
- 6 Min. de lectura
Hacia el primer centenario de la independecia, las élites colombianas debatían sobre la necesidad nacional de construir un Estado moderno acorde con los cambios económicos e industriales que enfrentaba Colombia y el resto del mundo. La industrialización que se había podido desarrollar gracias a la apertura del mercado internacional y la instauración de nuevos saberes técnicos-científicos, introdujo a Colombia en una lógica capitalista que encontraba indispensable establecer un escenario social, político y cultural que garantizara el desarrollo y el progreso nacional. Para cumplir con este proyecto era preciso que el Estado desarrollara planes de urbanización, tecnificación e higienización a través del control de la vida pública y privada de sus ciudadanos.
Ante estos desafíos, los gobiernos de la primera mitad del siglo, pensaron estrategias que permitieran controlar la población por medio de lo que Castro-Gómez llama “deseo a la ley”, es decir la creación de una conciencia moderna en los individuos frente a su función como ciudadanos dentro del Estado nación. Para Sáenz, Saldarriaga y Ospina, lo moderno se concebía como “símbolo de una nueva era que, más que construir sobre el pasado, pretendía romper con lo viejo, con lo tradicional y con lo clásico”, lo moderno era la ciencia, los saberes prácticos y medibles.

Sin embargo, estas consideraciones venían cargadas de una serie de imaginarios raciales y de clase que habían definido gran parte de la historia colombiana desde la colonia hasta finales del siglo XIX. Para los intelectuales de élite, la población colombiana, en su mayoría rural, se encontraba en un estado atrasado, incivilizado y decadente respecto a su herencia racial, social e histórica, que imposibilitaba enfrentar las demandas del capitalismo industrial emergente, frenando cualquier indicio de progreso para la nación.
En este sentido, las élites colombianas sentían una profunda desconfianza hacia el pueblo, “al cual se consideraba una raza enferma, pasional, primitiva, violenta; esa desconfianza se territorializa de manera más evidente en la vida familiar de los pobres, la cual se rodea de múltiples sospechas en cuanto a su capacidad de formación moral de la infancia y regeneración de la raza”.
En el discurso titulado Interrogantes sobre el progreso en Colombia, pronunciado por el político conservador Laureano Gómez el l5 de junio de 1928, en el teatro municipal de Bogotá se ejemplifica el controversial debate alrededor de la necesidad de adoptar una ideología colectiva basada en el mejoramiento de la raza, que permitiera poner fin a los problemas morales, económicos y políticos de la nación.
Gómez encontraba indispensable analizar la “degeneración social” desde dos elementos constitutivos de la nacionalidad: el territorio y la raza. Con respecto al territorio, consideraba que la complicada geografía colombiana había sido el escenario para la proliferación de diferentes culturas dependientes todas en su psicología y comportamiento social, de las características físicas del territorio.
Por medio de una descripción de las regiones, su clima, la relación con la fauna y los recursos, Gómez sostenía que las condiciones geográficas del país eran responsables del surgimiento de comportamientos y expresiones poco “inteligentes o razonables” y sobre todo improductivas para el porvenir de la nación. Por ejemplo en lo que respecta a la selva amazónica, suponía que la fuerza descomunal de su naturaleza y clima tropical imponía en sus “salvajes habitantes” una representación “trágica” de la realidad, hecho que se veía representado en los mitos fundacionales de estas comunidades. En sus palabras:
"Tal consecuencia es el estado de inmovilidad en el que permanece el alma de los hombres, sometidos a este medio geográfico. Es una profunda inercia para la cultura. Una letargia invencible. Los ámbitos animales dominan al hombre animal. La naturaleza transfunde a los hombres al frenesí lúbrico que les da el momentáneo olvido de la agonía del terror que viven. Esos espíritus no hacen un viaje sentimental que les liberte de su propia animalidad. Su representación ideal del universo se refiere al espanto y al asombro."
Por el contrario, aseguraba que las característica naturales de territorios como Argentina, Chile, Uruguay, Estados Unidos, tierras consideradas abiertas, limpias y sanas, “fomenta la cultura, funda y arraiga la civilización”. No obstante, hay que tener presente que tanto en el Cono Sur, como Norteamérica, utilizaron históricamente la herramienta “civilizadora” del blanqueamiento de la raza a través del exterminio de los pueblos nativos.
Respecto a la raza, Gómez consideraba que había civilizaciones con facultades intelectuales predominantes y otras destinadas a las actividades instintivas. Rápidamente repasa lo que según su criterio, son las características predominantes de la raza europea que hacen “prósperas” sus naciones. Llegando a Latinoamérica vuelve a referirse al Cono Sur, referenciando los “beneficios” que significó el desaparecer los vestigios de razas consideradas inferiores como los negros y los indígenas, a diferencia del mestizaje colombiano. Resume su juicio con la siguiente opinión:
"Bástenos con saber que ni por el origen Español, ni por las influencias africanas y americanas, es la nuestra una raza privilegiada para el establecimiento de una cultura fundamental, la conquista de una civilización independiente y autóctona. La cultura Colombiana es y será siempre un producto artificial, una frágil planta de invernadero que requiere cuidado y atención inteligente, minuto tras minuto, para que no sucumba a las condiciones adversas"
Desde esta perspectiva, tanto la herencia biológica como las influencias geográficas significaron desde la mirada de lo “moderno” un obstáculos para el futuro social, económico y moral del país, que dentro del proyecto nacional, no era otro más que la vinculación a la lógica del capitalismo industrial. Por consecuencia, era obligación del Estado capitalista benefactor, diseñar políticas en pro del progreso nacional a través de intervenciones en la educación, la higiene y la moral. Esta configuración se construyó desde el imaginario del miedo, la desconfianza y la amenaza frente al pueblo.
Los debates que empezaron a tomar fuerza en Colombia durante los años veinte, coincidían en que era la misión del Estado, gobernar y controlar la población a partir de planes de perfeccionamiento social que implicaran estrategias eugenésicas de línea dura como el fomento de la inmigración para el “mejoramiento progresivo” de la raza nativa y de línea blanda como la formación de hábitos higiénicos y educativos por medio de prácticas de obediencia, disciplina y conciencia física e intelectual. A partir de esto surge en Colombia un movimiento eugenésico liderado por pedagogos y científicos reformistas como Miguel Jiménez López, Rafael Bernal Jiménez, Luis López de Mesa, Jorge Bejarano, Lucas Caballero, Alfonso Castro, quienes basaron sus propuestas en saberes modernos apoyados en la biología y la medicina. EL 12 de octubre de 1920 salió al público el texto Los problemas de la raza en Colombia, una compilación de los postulados concluidos en un debate que tuvo lugar en el Teatro Municipal de Bogotá.
Al igual que en el discurso de Laureano Gómez, en el debate se expuso la idea de que la herencia racial era uno de los principales males de la nación. Desde una perspectiva biológica, se consideraba que “todo mestizo físico, es un mestizo moral y por lo tanto un degenerado desde el punto de vista mental y espiritual”. En la conferencia titulada Algunos signos de la degeneración colectiva en Colombia el psiquiatra Miguel Jiménez López sostenía que, en aras del mejoramiento de la población era necesario revisar las características físicas, anatómicas, fisiológicas y patológicas de los individuos, ya que según su perspectiva, la degeneración era producto de un proceso de hibridación y mestizaje negativo, causante de patologías mentales y sociales:
"Los hombres de hoy en estos países somos, pues, en nuestras diversas característica, los continuadores a través de algunos siglos, de un proceso de decadencia que se inició en nuestros antepasados desde tiempo inmemorial; pero, a más de esta degradación crónica, que ha empleado largas edades para llegar al estado actual, creo que en nuestra época —en la última media centuria aproximadamente— las taras raciales han adquirido una marcha aguda que se traduce por varios fenómenos de psicología social."
Considerando el supuesto destino trágico de la raza, los debates científicos e intelectuales suscitaron al establecimiento de políticas migratorias que permitieran la llegada de población europea y norteamericana con el propósito de “blanquear” la raza. Jiménez López puntualizó que para un buen cruzamiento, era indispensable que razas sometidas al cruce no fueran desiguales numéricamente, que no discreparan mucho en carácter, que estuvieran sometidas por largo tiempo a las mismas condiciones medio ambientales y “que una de las razas presente caracteres orgánicos y psicológicos capaces de compensar las deficiencias de aquellas que se quieren mejorar”.
El fomento de la migración fue un común denominador en los argumentos eugenésicos, sin embargo intelectuales como Luis López de Mesa, Jorge Bejarano y Alfonso Castro, sostenían desde una perspectiva higienista y pedagógica, que el ser humano no estaba determinado solamente por las condiciones del mundo natural, sino también por su contexto cultural, social e histórico, lo que impedía generalizar sobre las causas de la degeneración racial y las posibles soluciones; tanto la herencia racial, como las condiciones climáticas, eran variables y numerosas.
Comments