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LA INFANCIA REGENERADORA

  • Foto del escritor: Katherin Galeano
    Katherin Galeano
  • 12 nov 2018
  • 5 Min. de lectura

Las prácticas de obediencia, disciplina y autocontrol propuestas para combatir la degeneración de la raza, eran posibles a través de la educación del “yo en su totalidad”, por esta razón, el movimiento higienista se centró en la intervención y protección de la infancia, “objeto privilegiado de los nuevos saberes, semilla del nuevo mundo y símbolo de excelencia del futuro”. La infancia se volvió entonces elemento de investigación científica y de intervención social, en este discurso predominaron las propuestas pedagógicas basadas en la alfabetización, escolarización y cuidado del cuerpo. La niñez fue la piedra angular de los debates sobre la raza, pues significó una esperanza en la transformación social de los males que aquejaban a la nación.


Como primera medida, se proponía educar a los niños y adultos en la importancia del cuidado personal básico, ya que el disciplinamiento de un cuerpo sano, autocontrolado y bien dispuesto, reflejaría vigorosidad, clase, civilización y cultura, transformaciones que le permitirían al individuo ligarse con el espíritu capitalista y moderno que la nación necesitaba.


Esta estrategia nacional, correspondía a la aplicación del evolucionismo social antes mencionado. La educación higienista fomentó la cultura corporal, “mediante ellas se transmitieron ciertas formas de disciplinamiento que fueron propicias para la regulación de la vida privada y pública, en concordancia con los modelos de civilización occidental”. Para esto el Estado debía concentrarse en crear las condiciones jurídicas y sanitarias para la reproducción de obreros y sujetos modernos capaces de afrontar el nuevo reto de la industrialización nacional.


Saberes como la psicología del niño, la antropometría infantil, la higiene infantil y la criminología infantil, habían demostrado que proteger la infancia era una prioridad científica, aun así, surgieron nuevas especializaciones como la paidología (la ciencia del niño), la pediatría y la puericultura. Según Sáenz, Saldarriaga y Ospina, estos saberes operaron en dos espacios: la familia y la escuela. En primer lugar, se consideró que la familia colombiana cargaba con todos los factores hereditarios degenerados, lo que incidía, en consecuencia, en los comportamientos morales y sociales del infante. Sin embargo, a pesar de la desconfianza general, el hogar se configuró también como un espacio de defensa de la infancia en el que se podían ejecutar planes pedagógicos e intervenciones eugenésicas puntuales; en este contexto, fue indispensable por ejemplo, que las familias en especial las madres, adquirieran conocimientos necesarios en puericultura.


Los cuidados del niño debían fortalecerse desde el vientre, por esta razón las mujeres, futuras madres gestantes, fueron el primer objetivo de estudio e intervención eugenésica y simbólica, suponiéndolas como las principales responsables de la formación de los futuros miembros activos, saludables y útiles de la nación.


Las estrategias para la protección de la madre fueron de orden médico y social, en primer lugar se instauraron una serie de parámetros higiénicos básicos respecto a los cuidados en todas las etapas reproductivas, esto con el fin de asegurar un proceso de gestación saludable y por ende un parto adecuado. Bajo este contexto, proliferaron en la primera mitad del siglo XX diversos textos académicos, conferencias y manuales dirigidos a madres, científicos, académicos y educadores.


En estos textos se enfatizaba en el cuidado físico del niño recién nacido y de la madre antes y después del parto, se recomendaba a la mujer respirar aire libre, evitar las comidas fuertes en especial las grasas, consumir alimentos mineralizados, hacer ejercicio moderado, evitar el cigarrillo, el alcohol y llevar una dieta y hábitos “correctos” después de dar a lUZ.


“piense en su hijo que va a heredar su valor moral y su capacidad de abnegación y control. Y si se siente flaquear, pídale ayuda a su médico y verá como alcanza a dominar sus reacciones e impulsiones neuro-vegetativas”.

Como apoyo a estas políticas, se crearon en las escuelas espacios educativos para que las mujeres aprendieran de los cuidados físicos y sobre todo morales de la infancia. Algunos manuales de puericultura aconsejaban que era necesario estar preparados para todas las etapas de vida del niño, impartiendo una educación moral y social adecuada. El principio de un cuerpo saludable quedaba articulado a una idea de progreso en la que los ciudadanos saludables, limpios y regenerados eran los idóneos para responder al reto modernizador de principios del siglo XX.




Bajo esta lógica, se propuso apostar por la educación práctica sobre la teórica, haciendo énfasis en la cultura corporal que se venía integrando socialmente a través de las luchas eugenésicas como el cuidado de los niños, el fomento de la inmigración y la lucha antialcohólica. Desde la escuela se apostó por la educación física y el fomento del deporte, ya que “los niños y adolescentes con una constitución física endeble, serán toda la vida seres débiles, mentalmente subdesarrollados e incapaces de mostrar el temple que demanda el progreso económico del país”. La educación física, como una respuesta eugenésica buscó impedir el decaimiento biológico y aumentar la vitalidad corporal.


Los discursos científicos, pedagógicos e higienistas expuestos durante la primera mitad del siglo XX sobre sobre los motivos histórico y hereditarios de la degeneración de la raza, alimentaron el proyecto nacional del Estado que buscaba “regenerar” a la población a través de medidas eugenésicas. La campaña por la educación física culminó en su inclusión dentro de los planes de estudio con la creación de la Ley 80 de 1925, con la conformación de la Comisión Nacional de Educación física y de la Sección de Educación Física como parte del Ministerio de Instrucción Púbica y al tiempo se fomentaron eventos deportivos y competitivos a nivel nacional como las primeras Olimpiadas Nacionales celebradas en Cali entre diciembre de 1928 y enero de-1929.


Más allá de la educación física, el debate se tornó en la discusión sobre la función nacional de la educación pública, ya que al ser la escuela un escenario de lucha contra la degeneración, las reformas educativas e higiénicas debían tomar el control de la infancia y de sus familias enfatizando en la educación de los seres “más dotados”, de ahí las prácticas de selección pedagógica como el aislamiento de los “anormales” y la clasificación de los alumnos de acuerdo con su inteligencia y aptitudes.



A través de la raza y del cuerpo, las élites y el Estado colombiano establecieron su poder sobre la vida pública y privada de la población, justificando sus intervenciones en los signos de degeneración que algunas ciencias especulativas dictaminaron. Esto se vio reflejado en las políticas eugenésicas que se aplicaron en la población, especialmente en los infantes considerados el futuro de la nación. Desde la misión moralizadora de la escuela y el papel educador de la familia, se afianzaron una serie de imaginarios sociales que establecieron una relación entre “inferioridad corporal” e inferioridad de clase, estas ideas que se expresarían ampliamente en el escenario social y político, afectaron también las representaciones culturales y estéticas sobre la infancia en la primera mitad del siglo XX.

En este contexto, donde circulaban los discursos de progreso y modernización se consolidó industrialmente el sector tabacalero en Colombia. En el siguiente apartado se expondrá el proceso de formación de la Compañía Colombia de Tabaco (Coltabaco) y el lugar que ocupó dentro de las dinámicas sociales, políticas y económicas del país.

 
 
 

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